jueves, 22 de marzo de 2012

Relato. LUCÍA GONZÁLEZ

                          AULA 300

Estaba yo, sola, en el Instituto de noche. La razón de que estuviera allí era que se me había olvidado el libro de lengua. Eran las ocho de la noche e hice una cosa que por supuesto no hubiese hecho si no fuera porque al día siguiente tenía examen de esa asignatura.

 Me colé en el Instituto a las ocho todavía no era de noche, las luces no estaban encendidas. Esa situación era muy rara para mí ya que soy muy asustadiza. El aspecto del Instituto era muy diferente al que veía normalmente. Todo estaba en silencio ni se veía a los niños de primero corretear por los pasillos ni a los de tercero hablando en grupos, esa sensación no me gustaba, pero tenia que soportarla porque de todas maneras necesitaba mi libro.  ¡Quería aprobar!

 Había algo que en especial me asustaba: el silencio. Es algo que me da mucho miedo porque en cuanto oigo un ruido me asusto de verdad. En resumen, una situación  escalofriante.




 Busqué mi clase con ansiedad. No sé el por qué, pero me hice un lío con las clases: 101, 100,102. No me acordaba cuál era la mía. En ese momento recordé: ¡Audiovisuales! Si empiezo a andar desde allí mi clase será la primera, así que ya sabré dónde se  encontrará exactamente.

El problema era que me podía la curiosidad de saber cómo estaría audiovisuales por la noche. Entré, estaba todo oscuro e intenté encender la luz, pero no sé el por qué no funcionaba. Las sillas estaban todas descolocadas, las persianas bajadas, pero, aun así podía distinguir una extraña figura. Parecía un hombre pero mucho más alto. Me escondí (precaución ante todo). Hacía movimientos extraños, del tipo”transformaciones”. No estaba segura de que fuera alguien conocido del Instituto, parecía un tipo de oso y estaba comiendo algo, no podía ver bien. De repente, sonó un ruido. Acto seguido salí corriendo, como se suele decir ¡soy demasiado joven para morir! Salí de Audiovisuales y entré en una clase. ¡SÍ! Esa era mi clase cogí el libro de lengua y salí de la clase. ¡Ahora era el momento de irme! Tengo que escapar- pensaba; pero eso no era suficiente como para tranquilizarme, mi corazón latía tan rápido que por un momento pensé que se me podría salir del cuerpo. La verdad, siempre que veía películas de miedo (pocas veces) decía que nunca estaría en un lugar oscuro a solas, pero ya me veis aquí corriendo escaleras abajo para escapar. En ese momento pensaba y deseaba que esto fuera un sueño.

Cuando ya bajé las escaleras, pude distinguir una luz en una zona del instituto que a nosotros, los alumnos, nos está prohibida. Se oían unos susurros indescriptibles, entonces fue ahí dónde lo único que me hacia seguir, era que no quería morir no todavía. Salí corriendo, detrás de mí cerré la puerta. Intente llegar a mi casa como pude.

Hasta que no llegue al portal no mire el reloj, las 9 de la noche, tan poco tiempo había estado fuera y a mí me había parecido una eternidad. Delante de mi puerta estaba tranquila, pero todavía asustada. Llame al telefonillo, abrió mi madre y pasé a casa me preguntó porque tarde tanto, a lo que respondí que me encontré con un amigo en la calle.

 Esa noche fue muy dramática. Le estuve dando todo el rato vueltas y no le encontraba ninguna explicación. Ese suceso tan extraño no me lo podía callar así que decidí contárselo a una amiga, ella era muy valiente, por eso decidí que ella sería la mejor y además era de confianza. Ella me contestó que no se lo creía tenia que verlo para creerlo ya que ella tenía la misma imagen del Instituto que tenía yo antes de lo que pasó. Así quedamos al siguiente sábado a las 7:30 para que nos diera tiempo de llegar a las 8:00 a Audiovisuales. Esa noche era muy fría, normal era 16 de diciembre y la verdad ese día no era muy bueno para haberle elegido ya que estaba todo el cielo lleno de nubes, era un día de miedo.  Cuando llegamos le dije que fue en Audiovisuales donde vi al extraño ser.

Mi amiga fue primera, tan decidida que me sorprendió. Abrimos la puerta con cuidado y para mi asombro no estaba ese ser extraño. Como no teníamos nada que perder dejamos la puerta abierta y entramos en Audiovisuales. Estaba todo muy oscuro, mi amiga subió la persiana ahora se podía ver mejor, estaba casi todo normal a excepción de que había una mancha de color rojo parecía sangre, pero ninguna de las dos queríamos comprobar si era kétchup. Mi amiga me dijo que me había inventado todo, le dije que no que estaba segura de que vi algo ese día. Me pidió que describiera a ese ser y le dije lo mismo que os conté a vosotros.

 Mi amiga decidió recorrer todo el Instituto - seguro que si nos pillan nos expulsan- creo que pensé en voz alta, porque mi amiga dijo que ya se inventaría algo para que no nos regañaran. Recorrimos todo el Instituto a excepción del aula 300, pero ninguna de las dos nos atrevimos a entrar.


 Ya que había una leyenda. Se trataba de que como este edificio era tan antiguo, se oían unos ruidos similares a gemidos y el último alumno que entró dijo que en la pared se podía distinguir una figura de un hombre, pero no uno cualquiera. ¿Habéis visto alguna vez la película de Frankenstein? Pues ese hombre (vamos a llamarlo así) se parecía al personaje. Al niño no se le ha vuelto a ver. A parte de eso decidimos entrar por la curiosidad seguidamente se podía ver todo lleno de polvo, las sillas rotas, la pizarra antigua y si intentabas mirar a través de las ventanas no veías por el polvo, las persianas estaban rotas. Mi amiga se acerco a quitar el polvo de la ventana y a través de ella se veía el patio. La figura del hombre se podía percibir perfectamente, incluso parecía que se movía. Mi amiga fue a tocarlo y sonó un gemido muy alto yo salí corriendo, pero mi amiga muy tonta por cierto se quedó. No la espere, cosa que debía de haber hecho, ya que al día siguiente se la encontraron muerta delante de su clase. Este suceso lo  intente  olvidar, pero muy a menudo cuando soñaba, oía voces que me decían- tu serás la siguiente-. Ahora, no se como he podido contactar con vosotros para contar mi historia. Si oís que andan espíritus por el Instituto creerlo, porque seremos mi amiga y yo. Y si nos veis no os preocupéis, solo os enceraremos en la pared como hicieron con el niño del aula 300.


 

LUCÍA GONZÁLEZ LÓPEZ

Relato. LYDIA ORTEGA

OTRO DÍA ENTRE EL MONTÓN


Era un día cualquiera. Otro día entre el montón de ellos. Otro día más hasta ese momento. Aquel maldito instante en que ese plátano inoportuno se puso en mi camino haciéndome quedar en ridículo delante de todas las personas que paseaban en ese mismo momento por justo la misma maldita cera en que yo estaba. La calle donde vive mi abuela, justo en frente del colegio donde estudian mis primos y mi hermana. Bueno, mejor dicho, una avenida. La avenida de las Ciudades, en mi pueblo Getafe, en frente del colegio Mariana Pineda. Se notaba un ambiente muy tenso, silencio mientras caminaba, o es lo que yo notaba por mi estado de ánimo. Llevaba la cabeza baja, pero cada vez que subía la mirada veía a hombres que me miraban fijamente aguantándomela hasta que yo la apartaba por mi miedo, o típicos jóvenes escuchando música a tope. Aunsentes del mundo que les rodeaba, centrados en su propio mundo, en sus propios pensamientos. Yo seguía andando con la cabeza baja y pensando en mis cosas, también en mi mundo, ignorando algunas risas acompañadas con burlas que escuchaba a lo lejos. ¡Como si no tuviera bastante…! Exámenes, traiciones por todos sitios… En resumen, disgustos por todos lados. Pensaba en hacerme a la idea de la realidad, pues estaba segura de que precisamente no estaba pasando por el mejor de momento de mi vida, como bien me habían avisado las cartas que me había echado la madre de mi amiga. Yo no creía en esas cosas ni mucho menos, pero en ese momento estaba empezando a tener miedo. Las cartas me habían adelantado que no iba a ser el mejor momento ni en mis estudios, ni mucho menos en mi vida personal. Salía en la carta un chico en medio de un montón de palos con púas. 



No le veía en la cara el sufrimiento porque salía de espaldas, pero me la imaginaba. Significaba sufrimiento. Recordaba en ese momento que también me había hablado de traiciones. Una persona falsa e innombrable que me había hecho mucho daño a mí y a todos los de mi grupo. Nos había dejado marcados. Esa persona, si es que eso es lo que  era o tendría que decir ese demonio por lo mala que era, nos había hecho demasiado daño, diría yo. La mujer no se había equivocado por el momento en nada. Yo seguía andando, pensando en todo a la vez. Estaba perdida. Me encontraba sola. Sentía que el mundo se me venía encima, que todo lo malo siempre me pasaba a mí. Que era la única. En ese momento nada ni nadie me podía animar.
-¡Hola mamá…!
Llegué a mi casa, saludé a mi madre intentando disimular mi estado de ánimo. Creo que no me escuchó, pero mejor. Le parecería extraño que me encontrara en casa un sábado a las seis y veinte de la tarde y me empezaría a hacer un cuestionario de los suyos.
Pasé a mi habitación y me tumbé en la cama sin consuelo. Puse música, música deprimente, de la típica que al escucharla sólo te apetece explotar y derramar las lágrimas que tienes acumuladas y aguantadas en el interior. En ese mismo momento sonó el teléfono. La verdad, no tenía ganas de hablar con nadie porque no me gusta que me oigan llorar. Vi el nombre. Eran mis amigos, los de verdad.
-¿Lydia? ¿Dónde estás? ¿Por qué no has salido? Por favor, dinos que te pasa; estamos todos preocupados por ti…
-Chicos, ahora mismo no me apetece hacer nada. No tengo gansa, ya os contaré.



Les colgué, y en ese mismo instante sonó el timbre de casa .Me levante sin ganas de nada y me dirigí lentamente hacia el portero.
-¿Quién es?- Pregunté.
-No vamos a permitir que estés así, o sea que baja ahora mismo.
Reconocí por la voz, que era Gloria. En ese momento me apareció una sonrisa en la cara. Fui corriendo hasta mi habitación. Sabía que les importaba, que les tenía para todo, que me iban a apoyar, que era mi gente, mis amigos. Me pregunté de qué valía amargarme sabiendo que tengo a gente a la que le importo para ayudarme en todo lo que necesite. En ese momento seguí recordando las últimas palabras que me había dicho la madre de mi amiga cuando me leyó las cartas.
-Eres una niña todavía, eres fuerte. Vas a conseguir todo lo que te propongas con esfuerzo, porque esta es la carta del triunfo y está boca arriba. Cariño, la vida te va a sonreir, pero tienes que ser tú la que diga ‘’aquí estoy yo y me voy a comer el mundo’’, y así nadie podrá contigo. Recuérdalo siempre, Lydia…
Me vine arriba. Lo iba a hacer, lo iba a conseguir. La vida son dos días y no me servía de nada vivirlos llorando.
Mientras me cambiaba de ropa y me secaba las lágrimas entusiasmada, sabía que esos dos días daban para mucho y que el tiempo iba a poner a cada uno en su lugar; cada uno obtiene su merecido.
Ya bajando por las escaleras, pensé en un consejo que darme a mí misma.
“Lydia, no aceleres nunca, relájate, mira a tu alrededor y date cuenta de lo que tienes delante, por lo que vale la pena sonreir. Valora tus tesoros…”
Entonces abrí la puerta del portal. Ahí estaban ellos. Fui corriendo a abrazarles, sabia que no estaba sola. Había sido otro día del montón, de otros tantos, pero a la vez muy especial.