Había dos huérfanos, Juan y Damián, que eran unos ladrones asombrosos, a pesar de que solo tenían 5 años. Juan era bajito, rubio, con los ojos azules. Era un chico muy listo y bromista. Damián también era bajito, y, al contrario de Juan, él era moreno y con los ojos marrones. Damián, al igual que Juan, era muy listo, pero un poco despistado. Eran muy pequeños y muy monos, lo que les facilitaba su trabajo a la hora de robar, ya que nadie nunca sospechaba nada. Los pequeños no robaban porque les gustase; ellos sabían que era malo, pero lo hacían para alimentarse y sólo robaban lo justo para no pasar hambre.
Los muchachos vivían bajo un puente junto al que pasaba un río casi seco y, más que un río, eso parecía solamente barro. El barrio en el que se hallaba el puente, era un barrio muy pobre y la gente que vivía en él siempre estaba desganada y parecían "zombis". En el barrio solo había un edificio que estaba a la deriva. Prácticamente, toda la gente de allí, vivía en chabolas. El entorno en el que vivían era deprimente y en la zona siempre caldeaba un ambiente triste. Allí no había ni una sola tienda, así que, los muchachos tenían que caminar mucho hasta llegar a la tienda más cercana para poder robar algo de comer.
Juan y Damián no eran tontos; cada día iban a una tienda diferente, para que no sospechasen. Los chicos conseguían algunos céntimos pidiéndolos por las calles de su pobre barrio. Esos céntimos los utilizaban para comprar lo más barato de la tienda, y, mientras el dependiente iba a por ello, los críos aprovechaban el tiempo para guardarse algo en el bolsillo o en el saco.
Un día, cuando volvían a su ``casa´´, vieron algo que les extrañó:
Damián.- (con cierta curiosidad.) ¡Eh!, Juan, mira eso. ¡Es el local abandonado!.
Juan.- (con mucha alegría.) Es verdad. ¡Están inaugurando una tienda de alimentación! Ya no tendremos que volver a dar esos rodeos para conseguir algo de comer.
Juan tenía razón: los chicos ya no tendrían que volver a caminar tanto, Ahora tenían una tienda cerca de donde vivían. La tienda era muy grande para ser de alimentación. Esto a los muchachos les suponía más facilidad para robar. Los críos comenzaron a robar en la nueva tienda, pero, desde los primeros días, empezaron a notar un tremendo dolor de tripa, que cada vez era más fuerte:
Juan.- Damián, yo creo que nos está castigando el Karma.
Damián.- (extrañado.) ¿Qué dices?, ¿cómo nos va a meter dolor de tripa la Carmen?
Damián dijo Carmen, porque Carmen era la gitana más estúpida del barrio, y, al ser un poco corto, no sabía lo que era el Karma:
Juan.- Olvídate del Karma.
Damián.- (extrañado de nuevo.) ¡Mm…! Vale.
Juan vio que lo que comían estaba caducado y se lo explicó a Damián:
Juan.- La comida de esta tienda está caducada.
Damián.- ¡Ah!, vale. Esto lo explica todo, y no la Carma esa.
Juan.- (suspirando.) Tendremos que volver a dar esos rodeos.
Los pequeños volvieron a emprender esas caminatas para robar. Lo hacían día tras día hasta que un anciano les pilló. El abuelo tenía pinta de ser buena persona, y, de hecho, lo era. Llevaba puesto un traje marrón y un bastón en la mano. Era alto, y, a pesar de su edad, parecía estar en forma:
Anciano: ¡Eh, pequeños!, ¿por qué hacéis eso?
Juan y Damián: (intentando disimular.) ¿Nosotros? ¿El qué?
Anciano: No os creáis que sea tonto. Venga, chiquillos, tendréis alguna razón para hacerlo.
Juan le explicó al abuelo la razón por la que lo hacían, y, además, le contó que eran huérfanos y dónde vivían. El anciano se quedó boquiabierto. Éste, les ofreció hogar, a cambio de que le ayudasen en la tienda. Los críos, aceptaron la oferta, y lo hicieron con mucha alegría. Los pequeños pasaron de no tener nada a tenerlo todo. La casa en la que vivían ahora era muy grande y tenía de todo, incluso un jardín en el que los muchachos podrían jugar. El anciano les trataba muy bien, les compraba juguetes, les hacía el desayuno, etc…El abuelo les apuntó a un colegio, y, vio que los muchachos, realmente eran muy listos. La vida de los pequeños era lo que siempre desearon.