La historia comienza un día cualquiera, en una mañana soleada de primavera cuando yo, Angela Miller, daba un paseo por mi lugar favorito, Central Park, en Nueva York, mi ciudad natal.
La verdad, no sé qué hago aquí, pero me siento tranquila, como si no hubiese nadie a mi alrededor. Entonces me encuentro con Amy, mi amiga.
-Hola-la saludo.
Pero es como si no me viese y sigue su camino sin ni siquiera mirarme. Comienzo a seguirla y la llamo, y cuando logro alcanzarla y le voy a tocar el hombro me doy cuenta de que puedo verla a través de mi mano. Esto… Esto no es posible. Pero, ¿Cómo? En seguida intento comunicarme con los demás. Me pongo delante de las personas, interponiéndome en su camino, pero no me ven y pasan a través de mí, como si no existiese. ¿Y si, en realidad, no existo?
Corro hacia mi casa intentando acostumbrarme a esta extraña sensación de ser inmaterial.
Cuando entro, veo que mi padre está sentado junto a mi madre, que llora desconsoladamente. La televisión está encendida y mi padre no le quita el ojo de encima. Me giro para ver qué es lo que mira con tanto interés y descubro que el presentador de las noticias informa sobre la desaparición de una chica de catorce años.
-Hace dos días que esta chica ha desaparecido- Espera... Me parezco mucho a la de la foto. ¿Soy yo? -se la vio por última vez en Central Park, dando un paseo, sobre las seis de la tarde del pasado viernes. Si la ven, por favor, avisen a la policía.
No puede ser, no puedo haber desaparecido, estoy aquí, en mi casa, como cualquier día, a excepción de que no puedo tocar nada y nadie me ve.
Entonces empiezo a recordar: Era una tarde soleada de un viernes. Mi amiga Julia y yo estábamos sentadas en un banco en Central Park, tras un largo paseo, hablando de los exámenes de la próxima semana. Entonces la alarma de su reloj sonó, eran las seis en punto. Me dijo que se tenía que ir a su casa, que su madre la estaría esperando. Yo me quedé en el banco y empecé a leer un libro de bolsillo que siempre llevaba en el bolso. Después de veinte minutos me dispuse a dar un paseo. No había casi nadie en el parque, lo que me incomodaba un poco. De repente, oí un disparo y todo se volvió oscuro. Cuando desperté, seguía en Central Park, dando un paseo. Cuando me encontré con Amy, ella no me hizo caso y ya conocéis el resto de la historia.
Fui hasta el lugar en el que me mataron, pero yo, o mejor dicho mi cuerpo, no estaba allí. Registré la zona y, entre unos matorrales, me encontré. Tenía el pelo en la cara y no pude ver mi rostro, pero me reconocí por el colgante que llevaba puesto y que nunca me quitaba, que me regaló mi abuela cuando yo tenía dos años.
Estaba allí tirada, con un disparo en la cabeza.
No descubrí quién me hizo esto porque no podría hacer nada por mí. En fin, ya estoy muerta.
En Nueva York hay 3000 muertes violentas al año.
Yo soy unas de esas víctimas.
Alicia, eres la primera en publicar. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarSoy Alberto López me parece muy interesante y divertida.
ResponderEliminarAlicia, me encanta tu relato. Sigue así.
ResponderEliminarLucía González López 2ºB