lunes, 12 de marzo de 2012

Relato. ANTONIO UREÑA

AMENAZA EN EL INSTITUTO

Yo era un chico normal, que asistía a clase todos los días del año. A pesar de eso, mí vida social era un poco escasa.
Vivía a las afueras de la ciudad. Sólo tenía un amigo que se llamaba José.
Todos los días teníamos que ir al I.E.S en autobús. Nos teníamos que dar mucha prisa para no perderlo, ya que pasaba muy de tarde en tarde y si se perdía no podíamos pasar a primera hora a dar clase.
Ese día hacía mucho sol y teníamos mucho calor, era junio, los últimos días de clase.
Cogimos el autobús a tiempo y llegamos antes de tocar la campana.
Yo, en general, tenía una relación buena con casi todos los profesores. El Instituto era de los mejores y por eso, junto con mis padres, decidimos que tenía que ir allí.
Cuando José y yo entramos, notamos mucho movimiento en la entrada. Había unos hombres con bolsas negras muy extrañas y caminaban para la parte del sótano del edificio. Pensamos que era material nuevo para el centro, como ordenadores, teclados etc…, pero lo que no sabíamos ni nosotros ni nadie era que íbamos a sufrir un atentado en cuestión de horas.
El día transcurrió muy rápido. De repente entraron unos hombres armados con ropas árabes y con la cabeza tapada. Estábamos con la profesora de “mates” y ellos la cogieron y la amordazaron. Nos obligaron a darles todo lo que podíamos llevar: móviles, carteras, llaves, etc...
Yo tenía dos, y decidí guardar uno en un pupitre sin que nadie se diese cuenta. Todos estábamos muy asustados. Ellos hablaban en su idioma y no nos enterábamos de nada. Estábamos todos los alumnos pegados a la pared y ellos lo único que hacían eran sacar de sus mochilas unos utensilios que nosotros no sabíamos de que se trataba pero lo intuíamos. José y yo teníamos que salir de allí como fuese posible.
Vimos cómo ponían unos explosivos plásticos en varias zonas del Instituto. La profesora no paraba de llorar,  incluso había muchos alumnos y alumnas que  también lo hacían.
Encima del techo de la clase había una especie de trampilla y me puse al habla con José para buscar la manera de salir de allí. Teníamos que coger el móvil y llamar a la policía.
Había tres de ellos, todos con la cabeza bien tapada. Oyeron unos ruidos y se asomaron los tres a la puerta, y, en ese momento, José y yo nos metimos por la trampilla. Corrimos tanto y tan deprisa que llegó un momento que no sabíamos dónde estábamos. Nos tranquilizamos y paramos; teníamos que darnos prisa y llamar a la policía. Le explicamos todo lo sucedido y nos costó un poco que nos hicieran caso, pero lo logramos. A los 15 minutos estaban allí y todos mis compañeros y los profesores salieron sin problemas. Nos dijeron que se trataba de unos delincuentes muy buscados y que llevaban tiempo detrás de ellos y que gracias a nosotros los pudieron detener. Desde ese día, mi vida social cambió por completo la gente me saludaba y yo junto con José, estábamos muy orgullosos. Hoy todavía no me explico cómo lo hicimos.

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