lunes, 12 de marzo de 2012

Relato. JULIO B. ORTIZ ALMUIÑA

Donde las dan las toman.

Una madrugada de lunes, por las calles de una ciudad dormida, apenas tenuemente iluminada por las luces de las farolas que permitían percibir unos edificios grises y unos árboles desnudos envueltos en el silencio absoluto de la fría noche de invierno, iban dos jóvenes amigos cantando y gritando sin pensar en que la gente dormía.
La fiesta había alegrado sus espíritus juveniles, y ellos tan contentos de haber pasado una noche de fiesta,  decidieron prolongar la juerga mientras iban rumbo a sus casas. Muy ruidosos los muchachos cantaban sin parar dando gritos, risotadas y haciendo tonterías, hasta que un vecino, cansado y enfadado por haberse despertado por los gritos, salió al balcón y les dijo “por favor, callaros que estamos durmiendo y es muy tarde”, los jóvenes, sin importarles aquel reproche siguieron a lo suyo, otro vecino, que intentaba dormir unas horas antes de irse al trabajo, alertado por los ruidos se asomó por la ventana y también replicó la conducta de los chicos “no hagáis ruido, mañana tengo que trabajar y así no se puede dormir”, “pues no vayas a trabajar y vente con nosotros de fiesta” le dijeron los muchachos con voz burlona. Como vieron que no les sucedía nada, más que algunos reproches de unos pocos vecinos y sin pensar el perjuicio que podían causar, todos los días que salían de juerga hacían lo mismo.
Harto de escucharlos cada fin de semana, uno de esos vecinos decidió seguirlos y así, averiguar el domicilio de alguno de ellos. Cuando supo donde vivían, una noche de diario se acercó a su casa con el propósito de molestarlos tocándoles el timbre. El joven y su familia, que ya estaban durmiendo, sorprendidos, preocupados e intrigados por esa acción tan molesta se preguntaban quien sería el gamberro que los incordiaba  a esas horas. “seguro que son jóvenes que están de fiesta y no piensan en los perjuicios que ocasionan a la gente con sus gamberradas” dijo la madre muy enfadada, “como salga yo a la calle se van a enterar, estos gamberros” dijo el padre enfurecido. Por fin, después de un rato, todo volvió a la normalidad, pero ya la noche fue intranquila para la familia que no pudo dormir a gusto. Al día siguiente, cuando se levantaron cansados por haber pasado una mala noche, encontraron una nota de aquel vecino explicando el motivo de su acción y pidiendo disculpas a los padres. Avergonzado, el muchacho comprendió perfectamente las molestias que había causado en sus noches de juerga y, además,  se llevó una buena reprimenda de sus padres.

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